No lo había pensado nunca… De hecho, no lo había pensado porque había olvidado esa sensación:
La emoción, las mariposas en la tripa y el disfrute que sentía
cuando, de pequeña, me rebelaba contra el horario paternal y, colocando una
almohada en la rendija bajo la puerta cerrada para que la luz no me delatara, me entregaba a la lectura de algún libro de fantasía que me hacía sentir más viva
que nunca a las horas más quietas de la noche…
La reflexión que hace Beatriz Ariza en su artículo publicado en “Código Nuevo”
compara esa sensación con la de estar realmente enamorado. En el artículo dice
que esa sensación ES el amor…
Y no puede tener más razón.
De unos meses a esta parte he renacido, me he reinventado
como una persona completamente diferente. Y es que algo pasó para que decidiera
dar un giro de 180º a mi vida:
Me desenamoré de mí misma.
Perdí la pasión por las cosas que siempre me han emocionado.
La música me sonaba monótona, los libros ya no me llamaban la atención, ya no
tenía ganas de tocar mi guitarra, dejé de salir en busca de las luces del
atardecer y de querer capturar la belleza de mi entorno en una fotografía… Dejé
de disfrutar de la vida.
Hasta que un día desperté de ese letargo. Corté con muchas
personas y costumbres, y decidí empezar a pintar mis días con nuevas emociones
que nunca había experimentado. Me rebelé contra la monotonía y me propuse un
reto: Todos los días tenía que atreverme a hacer al menos una cosa que no
hubiera hecho antes.
En ese momento comenzó mi época de revelaciones.
Prácticamente cada semana conocía a alguien nuevo, y pocas veces empezaba las
noches de los fines de semana con las mismas personas con las que las acababa. Además,
las noches de fin de semana dejaron de ser noches de discoteca y pasaron a ser
noches inolvidables en las que, personas que apenas nos conocíamos conversábamos
sobre temas interesantes y compartíamos nuestras inquietudes, mientras nos
íbamos pasando una guitarra y una botella de vino.
Me rodeé de personas de diferentes culturas, religiones y
orígenes y me interesé por todas ellas. Me dejé llevar, probando algunas de sus
costumbres y me llené de experiencias realmente enriquecedoras. Ampliar mis
horizontes y experimentar el mundo desde un punto de vista más amplio fue la clave
que me llevó de nuevo a encontrarme a mí misma.
Aprendí a amar mi tiempo a solas. Parece mentira, pero pocas
veces estamos con nosotros mismos… Si no estamos rodeados de gente, nos
evadimos leyendo o viendo una película, imaginándonos otros mundos y otras
vidas… Pero pocas veces nos paramos a ESTAR con nosotros mismos y SENTIRNOS de
verdad. Es disparatado, pero poca gente realmente se conoce. Yo comencé
haciendo meditación y a partir de ahí empecé a sentirme cada vez más a gusto
estando en silencio, reflexionando. A solas mi mente y yo. Ahora los paseos a solas son mi gran momento
del día y los disfruto tanto como una buena conversación.
Aprendí a amarme de verdad.
Desde entonces todo ha alcanzado un matiz de emoción que
nunca había experimentado. Aprecio mucho más los colores de un atardecer, me
enamoro de la belleza de lo que sucede a mi alrededor y me encanta poder capturar esa sensación con mi cámara. Mi guitarra se ha convertido en un
amante que me permite transformar sentimientos en melodías y me ha llevado a
disfrutar la música a otro nivel más profundo. El vino sabe mejor. Los libros
me parecen más apasionantes. Incluso he retomado el viejo placer de escribir y desnudarme
en palabras. Hasta el sexo lo disfruto más (paradójicamente), desde que he
aprendido a amar mi soledad.
Y de repente he reconocido esa emoción, y me he dado cuenta de que es la misma ilusión que se siente cuando empiezas a sentir mariposas por otra persona. Pero esta vez el motivo soy yo misma.
Me he vuelto a enamorar de la vida.
No hay comentarios:
Publicar un comentario